El se sube, siempre a la misma hora, y mis ojos lo siguen.
Es una ceremonia que me encanta repetir.
Se sienta siempre del lado de la ventana, lo veo mirar y me imagino lo que piensa, siento que en algún punto del mundo nos encontramos en un pensamiento, y hasta a veces dialogamos.
Imagino su voz, fuerte pero tranquila.
El se rié, siempre dejando esa chispa en el aire que me encanta respirar.
Escucha música y mueve sus manos sobre sus piernas. Yo no se qué escuchará, pero puedo entender lo lindo de la melodía en sus dedos, que no dejan de tamborear sobre su pantalón.
A veces le suma sus pies a los movimientos de las manos. Y cuando me doy cuenta está haciendo música para mí imaginación.
Es hermoso.
No tiene voz, pero yo se la creé.
Tampoco tiene nombre, pero para mí se llama Pedro, o Manuel. Tiene ojos de Joaquín. (Es realmente lindo cómo sea que se llame).
No sé qué hace, pero es músico. O sociólogo. O profe de Educación Física. Aunque tiene brazos de pintor.
Es alto. Tiene el pelo ondulado y negro y un poco de barba que parece estar peleada con la maquinita de afeitar.
(Menos mal que se pelearon).
Es todo lo que quiero que sea. Es sabio, chistoso, le gusta Drexler y come tostadas con manteca y azúcar. Toca la guitarra los domingos y canta los temas de Silvio de la manera más bonita que jamás escuché. Le gustan los niños, cree en la educación, es algo terco y autodidacta. Le gusta el folklore, Córdoba y su profesión. Es espontáneo, divertido y dulce pero sin acudir a la cursilería. Y así puedo seguir, yo no se quién es, por eso es todo lo que quiero que sea.
Y ni siquiera sabe que existo.