viernes, 25 de junio de 2010

Hoy voy a hablar de la pasión.
Y no de esa que te hace actuar como un tonto, el cual no entiende de límites y se las juega todasjuntassinimportarlasconsecuencias. No hablo de la pasión hacia esa persona, ser, cosa o animal que te hace estallar de felicidad, de gracia, de amor, de sonrisas, de alegrías, de creceres, de aprendizajes, y de etcétera. (Aunque bien sabemos que esa pasión es importante, diría yo fundamental en esta vida).
Hoy voy a hablar de otra pasión, esta que te hace viajar una y mil veces al futuro, imaginarte parada/o ahí, dejando frutos. Esta pasión que te hace pensar qué, como, de qué manera, cuándo, porqué. Esta pasión que dibuja sonrisas y hasta a veces risas, de solo imaginarse uno practicándola. Esta que despierta interés y dudas, ideologías, inquietudes y pensares. O porqué no, esta pasión que te hace crear y alimentar utopías, deseos, sueños, ilusiones y también otras pasiones. Esta pasión que se siente cuando se lee, se estudia, se trabaja y se proyecta. Esta sensación que te invade y que te hace pensar que si se puede, que es posible cambiar algo de todo esto que se vive, esta magia de pensarse como un héroe, como algo indestructible.
Esta locura hermosa de formarse sabiendo que el panorama no siempre es bueno, y sin embargo ocuparse por hacer lo mejor posible. Esto de constituirse sabiendo que se quiere, porqué y de que forma, esta manera de abrirse y reflexionar. De pensar, pensar, pensar, pensar y pensar.
Esta pasión que me alimenta el alma y me mantiene despierta.
Esta pasión hermosa, gigante e intrigante, llamada docencia, llamada educación.
Pasión que muchas veces me deja insatisfecha, apostando a más y mejor, que me hace pensar, reflexionar y decidir. Este entusiasmo que me implica ganas, emoción, responsabilidad y estudio, pero que no deja de ser una satisfacción. Esta pasión que muchas veces me dejo mal parada, sólo por defenderla y amarla, por ser tan fanática y a veces poco realista. Esta sensación que me hace enojar y andar por la vida debatiendo, discutiendo, pero que al fin me hace crecer. Esta pasión en la que se basa gran parte de mi existencia, porque aunque suene exagerado y ridículo, esta pasión es por la cual estoy, pienso, ando y camino.
Hoy, ahora, más que ayer y menos que mañana, puedo afirmar que al mundo lo mantienen las pasiones, que las personas que no se apasionan por algo tienen una existencia vulgar, efímera, vacía y sin gracia.

Hasta luego,
Una apasionada.

jueves, 17 de junio de 2010



El señor de la esquina esperaba un taxi, no se si el frío, el viento, el hambre, o que, pero ese señor tenía la peor cara que vi en mi vida. A su lado un niño, alpargatas blancas tirando a gris, un joguin bastante desgastado con agujeros en sus rodillas, un buzo que de suerte la tapaba el pupo y una sonrisa de oreja a oreja. En la misma cuadra una abuela bastante modernizada no se corre para dar paso al ciego y su bastón. Se chocan. El ciego pide perdón, la abuela perdona.
El señor con la peor cara del mundo sigue esperando el taxi. Un poco más allá un hombre camina apurado mientras habla por teléfono, por lo tanto no escucha la pregunta que le hacía la joven que caminaba a la par. El hombre apura aún más su paso. Del otro lado de la vereda una muchacha entrega un folleto, la gente pasa desapercibida. Quienes toman el folleto evidentemente no aprendieron buenos modales. El señor que vende salames no para de ofertar su producto, nadie se arrima. Un loco pasa cantando en ingles, desentona bastante y gesticula mientras mueve sus manos, se dirige hacia la parada del colectivo, hace la fila y sigue cantando. La gente lo mira, cuchichea y se ríe. Se alejan. El loco canta más fuerte.
El señor con la peor cara del mundo extiende la mano y frena a un taxi, el niño de la sonrisa le abre la puerta sin recibir siquiera un gracias.
Yo sigo esperando el colectivo, tratando de entender que está cantando este loquito que me alegró la mañana.